y nosotras solo fuimos su hogar por un rato.
Nos encontramos por primera vez un 25 de diciembre. Caída del trineo de algún Papá Noel marginal, no tenía nombre ni fecha de cumpleaños. El nombre lo elegimos ella y yo, ese día que las dos supimos que nuestro hogar era el mismo y nos volvimos a encontrar definitivamente. El cumpleaños se lo inventamos pero nunca lo usó; la perra "Peter Pan" no estaba destinada a envejecer y todos sus días eran una fiesta.
Con ella nunca tuve el control ni la razón. Corrió todos los límites con una dulzura salvaje y el desparpajo de quien caga plácidamente en todo lugar al que llega.
Todo lo decidió ella: llegar, quedarse y hasta cuándo, cómo y con quién irse.
Ser su copiloto durante 8 años y 25 días me llevó hasta paisajes inhóspitos dentro de mi propio ser. Ser de su manada me enseñó el amor como lenguaje, para todo y para siempre.
A veces me pregunto si éramos conscientes en ese momento de lo felices que éramos, porque las cosas enormes desde cerca no se ven. Pero nos pienso, voy a nuestras fotos, y me vuelve al cuerpo esa felicidad que ya conozco y que ahora recuerdo.
Ella era Juana, por loca y por guerrera. Era La Bani, por saltarina pero del pueblo. Ella nunca fue de nadie, pero para siempre será mi beba.
Y era negra, porque tenía todos los colores adentro.

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